Opinión

Contemplando la creación/P. Ángel Espino García

  EL ASESINATO DEL P. ALFREDO Y EL MARTIRIO DE SAN POLICARPO

 

Dijo Jesús: “Yo he venido para dar mi vida como rescate por todos” (Mc 10, 45)

1.- Cuenta la historia que en la segunda guerra mundial los alemanes habían invadido Roma y alrededores, mientras los italianos estaban vencidos y enojados. El comandante de la policía romana era un joven de 23 años. Su nombre: Salvador D. Acuisto. Decía: los alemanes obedecen órdenes superiores. Si ellos pudieran decidir, volverían a su tierra y nos dejarían en paz. Pero en la noche del 23 de septiembre de 1943 estalló una bomba. Murió un alemán y tres heridos. Como reacción, los alemanes arrestaron a 22 personas que estaban en sus hogares y las reunieron para fusilarlas, si no aparecía el culpable.

En esos momentos llegó el  comandante romano Salvador D. Acuisto, que aun siendo inocente, asumió la responsabilidad del atentado con tal de salvar a los detenidos. Dijo: no se preocupen. Yo pagaré con mi vida por ustedes. Así fue. Mientras los presos regresaban libres y contentos a sus casas, el joven comandante romano caía acribillado por las balas del ejército alemán. Los 23 años de edad de D. Acuisto, salvaron la vida de 22 hermanos.

 

2.- Así ha pasado con la muerte violenta del P. José Alfredo López Guillén, Párroco de Janamuato. ¿Qué sentiría el P. “Fello” cuando los malhechores lo insultaron, lo ataron, lo llevaron y lo acribillaron? Seguramente se acordó de Cristo en la cruz, cuando rezó por sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Este crimen es un reflejo de nuestro país y del olvido de los principios básicos de los humanos, pues la ley natural nos dice qué es el bien y qué es el mal. Posiblemente Dios ha permitido este doloroso acontecimiento para fortalecer la fe de su tierra natal, Panindícuaro, de las Parroquias donde trabajó, de Janamuato, de sus asesinos, de nosotros y de toda la Arquidiócesis de Morelia. Tiene mucha razón la frase del gran Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”

 

3.- SAN POLICARPO ES UN BELLO Y VALEROSO EJEMPLO DE FE: (Poli significa mucho y carpo significa fruto). El que produce muchos frutos. Fue Obispo de Esmirna, Turquía. Cuando San Ignacio de Antioquía iba hacia Roma, encadenado para ser comido por las fieras, San Policarpo salió a recibirlo y besó las cadenas, instrumento para ir al cielo.

En el estadio de Esmirna estaba reunido el populacho y el gobernador dijo a San Policarpo: Declare usted que el César es el Señor. A lo cual respondió el Santo: Yo solo reconozco como mi Señor a Jesucristo el Hijo de Dios. Dijo el gobernador: usted no pierde nada si inciensa al altar del César. Contestó San Policarpo: llevo 86 años sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado. ¿Cómo voy a fallarle yo ahora? Quiero ser siempre amigo de Cristo. Dijo el gobernador: si no adoras al César, te condenaré a las llamas.

El santo respondió: este fuego dura poco y después se apaga, pero el del infierno nunca se apaga. El populacho gritó: ¡Que lo quemen, que lo quemen, que lo quemen! El gobernador hizo caso y decretó que lo quemaran vivo. La gente fue por leña a los hornos y talleres e hicieron una gran fogata. Los verdugos querían encadenar al santo, pero él dijo: déjenme libre porque mi Señor me dará fuerzas para soportar el tormento. Le ataron las manos por detrás y oró en voz alta: “Señor Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires.

Me das el honor de poder participar del cáliz de la amargura de la Pasión que tu propio Hijo tuvo que tomar antes de llegar a su gloriosa resurrección. ¡Bendito y alabado seas, oh Padre Celestial por tu Santísimo Hijo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”. Al terminar de orar, las llamas hicieron un círculo, rodeando al mártir, y el cuerpo del Santo parecía un pedazo de oro extraído de un horno ardiente. Una fragancia como fino incienso llenó el entorno. Los verdugos atravesaron el corazón del Santo con una lanza, y al brotar la sangre del corazón, enseguida se apagó la hoguera.

El militar mandó quemar el cadáver, quedando algunos huesos que los cristianos recogieron como una joya y los llevaron al sitio donde se reunían para orar. Esto aconteció el 23 de febrero del año 155. Ahora el hombre no solo agrede a la naturaleza, sino agrede y mata a sus propios hermanos y Sacerdotes. Dice la Biblia: “No toquen a mis ungidos”. Nos unimos al dolor del Papa, del Cardenal Alberto  y de toda la Arquidiócesis. Actualicemos la orden de Cristo: “Ámense unos a otros, como Yo les he amado”. ¡Salvemos lo verde!

 

 

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