Opinión

Arena suelta/ Por: Tayde González Arias

¡Vamos por el premio mayor; vivir felices!

 

Con un título tan claro como el que le antecede al represente texto, no podríamos medir el grado de optimismo insoportablemente claro que termine con algún grado de pesimismo y aunque el sentido real de estas letras no lleva más allá que el de una reflexión profunda, es en sí para quien escribe muy claro que siempre que alguien decida hablar o referirse a alguna audiencia debe hacerlo con contenidos positivos, que siempre son bien recibidos y hasta agradecidos.

 

Las acciones en la vida, conforman escenarios en los que podemos recibir premios o castigos, según sea el caso, en temas escolares hay quienes se han quedado sin receso o recreo por no haber cumplido con las tareas encomendadas en tiempo y forma, tenemos casos en los que por no creer en tal o cual pensamiento la muerte era el castigo, penas como la cárcel o la excomunión también son penas crueles y finitas. Sin duda, vivir temerosos a ser castigados no es una opción que se acerque a la felicidad, por el contrario, la libertad para ir y venir, para expresar nuestros sentimientos y reír o llorar por ello, si es un paso a la felicidad.

 

El premio es más que un incentivo a que el niño estudie más si recibe algo por haberlo hecho, ser premiados es ser seleccionados de entre otros, el valor de la premiación lo obtenemos con la satisfacción de una sonrisa enorme por el logro obtenido, por el esfuerzo dado, por la estrategia bien lograda, por el sudor que llevo estar y ser en donde hemos querido.

 

El sistema de vida en el que nos desenvolvemos nos ha hecho valorar los premios materiales, las cosas caras, el objeto de moda, el aparato más costoso y los alimentos del alma como la sonrisa franca, el fuerte abrazo, la flor o el escrito han sido desvalorados. Considerando la crisis en todas las áreas y sentidos, sobre todo los económicos o aquellos en lo que ser sincero es difícil, es momento de vivir satisfechos cuando por mucho o poco esfuerzo tenemos como premio la felicidad de nuestros padres, los abrazos de los hermanos o el honesto saludo que un desconocido nos da como premio por una acción benevolente.

 

Le comparto una escena en la que, cuatro miembros de una familia tenían un ritual en el que al lograr concluir una meta se otorgaba entre sí una medalla como premio, así al concluir la carrera el mayor de los hijos fue coronado, al apoyar el hijo pequeño al ser enfermizo le llevo a ganar a la madre y al padre, sin embargo el hijo más pequeño, enflaquecido por sur naturales bajas defensas, le costaba mucho ser el que más aguantara un largo caminar, o llegar a la meta del maratón e incluso llevar el mejor promedio en la escuela, pero lo que se le debía premiar era su esfuerzo que ponía por el sólo hecho intentarlo.

 

Vayamos por la vida siendo agradecidos y premiando a la naturaleza por su bondad con tan bellos momentos de mañanas o tardes serenas procurándola sin contaminantes, demos premios a la naturaleza. Abracemos aquellos que nos han querido hacer sentir mal, tendiéndoles la mano, premiémosle con la bondad del perdón, si en algún momento alguien hace daño, esperara desquite y no premio, pero no estamos hechos para tomar venganza, como lo no estamos para comer carne cruda, hemos sido dotados de mente corazón y de un mundo de personas que creen en nosotros y lo justo es dar como premio la amabilidad.

 

No desistamos en analizar lo que pasa a nuestro alrededor y veamos cual análisis FODA, cuáles son las oportunidades para mejorar, para antes de juzgar, aportar y antes de castigar, premiar. 

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