Opinión

Arena suelta/Por Tayde González Arias.

Ser profesional no es sólo cuestión de título.

Los cargos y las atribuciones entre cada uno de nosotros son diversos no solo por la función que desempeñamos en ellos si no porque se hace suponer que cada quien contamos con habilidades y destrezas que nos acompañan en nuestra labor diaria, lo que ha de detonar en el gusto y amor a las labores profesionales, ya sea en el taller o la oficina, en el salón de clases o en la obra, el gusto por hacer lo que nos gusta hará que estemos contentos y la felicidad llegue.

Ser un profesional guarda todo en la palabra y el concepto, seguramente usted como yo hemos sido testigos, de como los profesores se empeñan en que ningún niño se atrase en su aprendizaje, en que el periódico mural quede muy bonito o que siendo directivos el festival de fin de cursos, día de las madres o de los difuntos, salga muy bien, y que además ilustre a los asistentes de la importancia y trascendencia de la celebración, a ellos les podemos llamar ser profesionales de la educación.

Para quienes sin mayor estudio que el básico (algunas veces ni eso) saben agarrar la herramienta y colocar ladrillo sobre ladrillo, mezclar perfectamente cemento, grava y arena y nos dan un techo para vivir, ellos (y ellas porque también hay mujeres) merecen un reconocimiento especial, pues tienen claro lo que han de hacer y se empeñan por hacerlo lo mejor que les es encomendado, lo mismo aplica para quien maquila la ropa que nos viste, para quien con su sazón ofrece más que un platillo, la satisfacción al paladar al marchante o al visitante, mostrando con ello su profesionalismo.

Sin temor a equivocarme me atrevería decir que ser profesional no es cuestión de concluir un nivel escolar, o de un papel que otorgue un título, lo es merecerse estos grados, con total dominio de la disciplina en la que trabaja, con maestría en las funciones que en la sociedad ha de corresponder desarrollar. Le llamaremos enteramente profesionista a aquel hombre o mujer que no tima o engaña, si no que facilita y atiende a sus clientes, o sus pares con aquella cautela y afecto con el que le gustaría ser tratado.

La cultura general se ha hecho para poder ser profesional, no puede ser bajo ninguna buena razón una persona funcionario sin ser profesional en su área, ya sea por estudio o por cuestiones de vida. Si aún no se ha profesionalizado en algo es momento de hacerlo, si está en el proceso asegúrese que la escuela y los profesores, o el tallerista, facilitador o maestro le estén guiando por el camino adecuado, lo que es fácil de comprobar conociendo la trayectoria de quien pretende ser guía y si le inspira siga y si le da inseguridad busque en otro sitio.

Los cargos públicos deben estar ocupados por gente profesional y no únicamente o preferencialmente por profesionistas, es decir, cada oficina gubernamental cualquiera que sea el caso, debe saber llevar su área, porque estudio el tema en la escuela o porque la experiencia de vida ha sido en esa área, pero además porque la actitud de servicio es la atención ciudadana, teniendo claro que se ha de atender con el mismo entusiasmo a cualquier visitante no haciendo jamás distingos.

Nuestros pueblos están ávidos de profesionales que a conciencia quieran ayudar, con voluntad gobernar y con inteligencia proponer métodos de sana convivencia social, democracia participativa y amor para dar. La escuela debe voltear como lo hace con los números y las letras, al corazón para que los egresados comprendan y vivan la condición humana, arropando en el frio de la ignorancia la luz de la verdad y en la ausencia de sensibilidad la altísima encomienda de entregar afecto como pago merecido a cuanto lo pueda necesitar.

 

 

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