Opinión

Contemplando la creación/P. Ángel Espino García

EL PARAISO PERDIDO Y LA EROSIÓN EN EL PAIS

 

“El suelo del bosque es negro y esponjoso, mientras el suelo del desierto es duro y amarillo”

 

1.- Había una vez un niño que jugaba en su pueblo diariamente bajo un pino, cerca de su casa. En tiempo de lluvias brotaban muchos hongos en torno al pino donde cantaban las aves y saltaban las ardillas. Cuando llegó el invierno, el papá pensó derribar el árbol para la leña de su casa. El hijo rogaba a su padre que no lo cortara, porque era feliz con las aves, el aire puro y las ardillas. El Papá aceptó con tal de que su hijo buscara leña por el bosque para pasar el invierno. El pequeño trabajaba mucho. Subía y bajaba por los montes para cumplir con su papá. Pero una noche, mientras la familia dormía, unos hombres malos cortaron el árbol, robaron los trozos, y la felicidad del pequeño se derrumbó. Cuando el pequeño fue a ver su pino, y solo vio algunas hojas, rompió a llorar amargamente.

 

2.- LA REALIDAD DE MÉXICO.- La vertiginosa desaparición de bosques,  plantas y animales no tiene precedentes en toda la historia. Cada día desaparecen entre 50 y 100 especies y variedades al ser destruido su hábitat natural. La tierra no debe ser un desierto muerto, sino un lugar verde donde haya vida. El hombre no debe ser el verdugo de la naturaleza. Hace 20 años en el país había 150 millones de hectáreas erosionadas. Ahora son cerca de 200, de las cuales, cien millones tienen problemas irreversibles, principalmente en Aguascalientes, Coahuila, Morelos y Tlaxcala. Eso provoca trastornos de temperatura y escasez de agua.

 

3.- LA VOZ DE LA IGLESIA.- Los relatos de la creación en el Génesis contienen, en su lenguaje simbólico, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la vida humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Santa Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado, fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como creaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de “dominar” la tierra (cfr. Gén 1, 28) y de “labrarla y cuidarla” (cfr. Gén. 2, 15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza, se transformó en un conflicto. (cfr. Gén 3, 17-19).

 

Hermanos: utilicemos la fe y la razón. Dice San Juan: “Mientras tengan luz, crean en la luz para que estén iluminados”. (Juan 12, 36) ¡Salvemos lo verde!

 

 

 

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