Opinión

Así vivimos los emigrantes/Por Gaby Soto

En los últimos meses y con el reciente cambio de gobierno en esta país al que llegamos miles de emigrantes, la pregunta obligada de mis amigos periodistas es saber cómo estamos y como vivimos. Yo les contestó que vivo en este país tan extraño para mí, por amor a mi hijo y esposo. Porque el sustento y el empleo está aquí, aunque para ser sinceros los profesionistas como yo nunca estaremos bien en un país que nos ofrece solamente bienestar económico. Lo importante en el crecimiento del ser humano no es solamente comprar lo último en tecnología y usar la ropa de marca.

La búsqueda de todo ser humano debe trascender la cuestión material, al final de nuestra vida, nada habremos de llevarnos. Por ello lo nuestro es volver a nuestro pueblo de origen, con nuestra gente. Allá sí tenemos un verdadero refugio, un hogar permanente. Las generaciones mías apostamos por un ambiente más sano para nuestros jóvenes, sin el riesgo latente de la delincuencia. Con una educación de calidad, con profesores estrictos que ponen reglas claras. Eso es lo que nos mantiene lejos de nuestros pueblos de origen. El amor a tener una familia unida, convivir en pareja.

Pero en realidad perdemos más de lo que ganamos. Aquí en Estados Unidos nada es nuestro, ni siquiera el lugar que habitamos. Tenemos oportunidad de convivir con paisanos que al igual que nosotros se la juegan todos los días, para aportar mayores ingresos a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos. Todos tenemos la esperanza de volver algún día, muchos aunque no sea con vida queremos descansar en nuestro pueblo. La nuestra es una lucha contra el tiempo. Nos ponemos metas para volver  y por alguna razón nos quedamos un poco más, así se nos va la vida.

Mis hermanos migrantes y yo pensamos igual, nos reunimos y salen a relucir los recuerdos de quienes se quedaron atrás, a quienes llamamos muy seguido, tal vez incomprensible para los ya ciudadanos habituados a este país, pero no podemos olvidar nuestro origen, no podemos dejar a un lado a quienes tienen la esperanza puesta en nosotros. Sin duda la vida nos ha ofrecido oportunidades distintas que nos permiten ser proveedores de sustento, no en comparación con quienes llegaron huyendo de la pobreza extrema, que no contaban con un hogar y que mejor han echado raíces acá.

En mi caso siempre he tenido un refugio, mi hogar, un lugar hermoso, no por su estructura, sino porque ahí está mi madre, mis hijas y mis nietos. Un hogar pequeño rodeado de flores, donde todos los vecinos nos conocemos y todos nos saludamos. Donde es grato ir al mercado, a la iglesia, al tianguis, al jardín. Esa es la vida de pueblo que añoramos los exiliados por gusto propio. Esta última navidad, la pase solamente con mi hijo y me pregunte si en realidad vale la pena tener un estatus migratorio. Porque esa fue la razón por la que tuvimos que quedarnos.

En Tuxpan tanto en mi casa como en la casa de los padres de mi esposo, todos tuvieron la oportunidad de reunirse en una mesa, de tomarse unas copas, de cantar y reír a carcajadas. Creo que mis hijas y mi madre me extrañaron. Yo los extrañe más. Es muy difícil vivir lejos de todo lo que amas. Esperar una llamada esos días especiales, esperar a los ausentes su regreso y pensar que llegarán con el mejor de los regalos. Esos días mi Carlos y yo solamente salimos a comer un par de veces, las otras veces, la pasamos en casa. Los paisanos nos invitaron a su cena de navidad y año nuevo, por un par de horas convivimos con ellos para volver temprano a casa. En realidad solamente queríamos escuchar las voces de los que amamos por teléfono.

Así vivimos los emigrantes, añorando a nuestra gente, sin olvidar a quienes nos aman, sin dejar abandonados ni a nuestros hijos ni a nuestros padres.

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